Many challenges face clinicians and patients alike.
Feeding and eating disorders (FEDs) and autism share a number of similarities: fear of weight gain, anorexic behavior, and binge eating, for example. And, as with some eating disorders, autism has multiple causes, from biological (genetic and hormonal) to environmental (peer pressure and society’s standards of beauty).
Women with autism and high degrees of autistic traits have lower recovery rates, are ill longer, and require more intense treatment than non-autistic patients. In addition, many autistic women report that their autism is generally not taken into account by eating disorder services (Eur Eat Disord Rev. 2022. 30:616).
Autistic patients may have eating disorders that go undiagnosed, for example, restrictive eating disorders, such as atypical anorexia nervosa, and avoidant restrictive intake food intake disorder (ARFID). This fact and a general lack of studies of patients with eating disorders who have undiagnosed autism led Dr. Janina Brede, a psychologist at the University College, London, and her colleagues to design a study of these two groups. Their participants included four groups of women: those who reported having autism with restrictive eating disorders (n=57), those with autism alone (n=69), and women with restrictive eating disorders but not autism (n=80). The study group also included women with high autistic traits and restrictive eating but no formal diagnosis of autism (n=38).
The study format
Dr. Brede and her team recruited the women for their study through the National Health Service, eating disorder and autism services, social media, and charities. Body mass index (BMI) was calculated from the participants’ self-reported current height and weight. Because it was conducted during the COVID epidemic, the researchers had to rely on online responses and were unable to interview the women in person.
Participants completed a number of online questionnaires used to better define and differentiate autism and eating disorders. In addition, levels of depression and anxiety were measured with the Hospital Anxiety and Depression Scale. The study group completed the Rivto Autism Asperger Diagnostic Scale-14, the Adult Repetitive Behaviours Questionnaire, and the Camouflaging Autistic Traits Questionnaire. Disordered eating was measured with the Eating Disorder Examination Questionnaire (EDE-Q), the Body Shape Questionnaire, the Pride in Eating Pathology Scale, and the Swedish Eating Assessment for Autism Spectrum Disorders (SWEAA).
Similarities between autism and eating disorders
The authors reported several similarities in BMI, levels of general anxiety, depression, and some symptoms of disordered eating among autistic and non-autistic individuals with restrictive eating disorders. One major difference was that autistic individuals scored much higher on a measure of autism-specific eating behaviors (the SWEAA). Those with autism and restrictive eating disorders had higher levels of these behaviors than did those with autism alone. The authors also noted two limitations of their study were that their study participants were mostly White (84%) and highly educated. Most participants reported first being diagnosed with autism in their mid-teens, and the eating disorder diagnoses were made slightly later, when the individuals were from 20 to 22 years of age.
Self-report measures were supported
The authors supported the use of self-report autism measures, including those that include camouflaging and autism-specific unusual eating behaviors, while also pointing out that conducting formal assessments in individuals with restrictive eating disorders is often difficult and made more so by long waiting times at autism diagnostic centers. The authors note that despite the challenges, “Treatment should be offered to accommodate autistic characteristics and related needs.”
Cuando coexisten el autismo y los trastornos alimentarios restrictivos y de alimentación
Son muchos los retos a los que se enfrentan tanto los clínicos como los pacientes.
Los trastornos alimentarios y de la alimentación (FED, por sus siglas en inglés) y el autismo comparten una serie de similitudes, por ejemplo: miedo a engordar, comportamiento anoréxico y atracones. Como ocurre con algunos trastornos alimentarios, el autismo tiene múltiples causas, desde biológicas (genéticas y hormonales) hasta ambientales (la presión de los compañeros y los estándares de belleza de la sociedad)
Las mujeres con autismo y altos grados de rasgos autistas tienen tasas de recuperación más bajas, están enfermas más tiempo y requieren un tratamiento más intenso que las pacientes no autistas. Además, muchas mujeres autistas afirman que, por lo general, los servicios de trastornos alimentarios no tienen en cuenta su condición. (Eur Eat Disord Rev. 2022. 30:616)
Los pacientes autistas pueden padecer trastornos alimentarios que no se diagnostican, por ejemplo, trastornos alimentarios restrictivos, como la anorexia nervosa atípica, y el trastorno evitativo restrictivo de la ingesta alimentaria (TERIA/ARFID) Este hecho y la falta general de estudios sobre pacientes con trastornos alimentarios que padecen autismo no diagnosticado condujeron a la Dra. Janina Brede, psicóloga de la University College de Londres, y a sus colegas a diseñar un estudio sobre estos dos grupos. Entre sus participantes había cuatro grupos de mujeres: las que declararon tener autismo con trastornos alimentarios restrictivos (n=57), las que sólo tenían autismo (n=69) y las mujeres con trastornos alimentarios restrictivos, pero sin autismo (n=80) El grupo de estudio también incluyó a mujeres con rasgos autistas elevados y alimentación restrictiva, pero sin diagnóstico formal de autismo (n=38)
El formato del estudio
La Dra. Brede y su equipo reclutaron a las mujeres para su estudio a través del National Health Service, los servicios de trastornos alimentarios y autismo, las redes sociales y organizaciones benéficas. El índice de masa corporal (IMC) se calculó a partir de la altura y el peso actuales de la autoevaluación de los participantes. Dado que se llevó a cabo durante la epidemia de COVID, los investigadores tuvieron que basarse en las respuestas en línea y no pudieron entrevistar a las mujeres en persona.
Las participantes completaron una serie de cuestionarios en línea utilizados para definir y diferenciar mejor el autismo y los trastornos alimentarios. Adicionalmente, se midieron los niveles de depresión y ansiedad con el Hospital Anxiety and Depression Scale. El grupo de estudio completaron el Rivto Autism Asperger Diagnostic Scale-14, el Adult Repetitive Behaviours Questionnaire, y el Camouflaging Autistic Traits Questionnaire. La alimentación desordenada se midió con el Eating Disorder Examination Questionnaire (EDE-Q), el Body Shape Questionnaire, el Pride in Eating Pathology Scale, y el Swedish Eating Assessment for Autism Spectrum Disorders (SWEAA)
Similitudes entre el autismo y los trastornos alimentarios
Los autores informaron de varias similitudes en el IMC, los niveles de ansiedad general, la depresión y algunos síntomas de alimentación desordenada entre individuos autistas y no autistas con trastornos alimentarios restrictivos. Una diferencia importante fue que los individuos autistas puntuaron mucho más alto en una medida de conductas alimentarias específicas del autismo (la SWEAA) Las que padecían autismo y trastornos alimentarios restrictivos tenían niveles más altos de estos comportamientos que las que sólo padecían autismo. Los autores también señalaron dos limitaciones de su estudio: las participantes eran en su mayoría blancas (84%) y con un alto nivel educativo. La mayoría de las participantes declararon haber sido diagnosticadas de autismo, por primera vez, a mediados de la adolescencia y los diagnósticos de trastornos alimentarios se hicieron un poco más tarde, cuando los individuos tenían entre 20 y 22 años.
Se apoyaron en las medidas de autoevaluación
Los autores apoyaron el uso de medidas de autoevaluación del autismo, incluidas las que incorporaran el camuflaje y las conductas alimentarias inusuales específicas del autismo, al tiempo que señalaron que la realización de evaluaciones formales en individuos con trastornos alimentarios restrictivos suelen ser difíciles y se ven agravadas por los largos tiempos de espera en los centros de diagnóstico del autismo. Los autores señalan que, a pesar de los retos, “debe ofrecerse un tratamiento que se adapte a las características autistas y a las necesidades relacionadas”.